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Foto del escritorFiorella Levin

Este cuento es para Pedro

Había pasado por la puerta infinidad de veces desde mi llegada a vivir a San Martín de los Andes. Miraba esa casona gigante con techos de madera intentando imaginar el mundo que vivirían sus habitantes del otro lado de la puerta. Me figuré vidas grises, próximas a culminar, personas aburridas esperando el paso del tiempo.


Quería hacer algo, ponerme en acción, y pese a mi caradurismo característico, me frenaba un sentimiento difuso. Parte de ese impedimento estaba cubierto por un gran manto de responsabilidad porque siete meses atrás no tenía idea dónde estaría hoy, así como ahora tampoco tengo tan claro donde estaré en un año, no es momento de asumir compromisos. El hecho es que cada vez que pasé por esa puerta o por la vereda de en frente, una y otra vez se me cruzó por la mente entrar.


Fue apenas esta semana que a raíz de un trámite por un viaje, debía presentarme en la Aduana, oficina que -desconocía por completo - tenía una sede en este pueblo devenido ciudad y el camino me obligaba a pasar, una vez más, por delante de aquella Residencia. Sentí como si alguien (el Universo? Dios?) me estuviera diciendo "dale nena, ¿qué estás esperando para entrar?". Entonces, una vez resuelta la cuestión burocrática, lo hice.


No alcancé a elaborar nada así que dije lo que me salió en el momento: "quiero dedicar algo de tiempo para compartir". La pobre recepcionista quedó enmudecida pero al cabo de varias preguntas y respuestas logramos entendernos y llamó al encargado del lugar que me hizo pasar a su oficina. El me explicó que los abuelos cuentan con talleres diversos y también que toda ayuda es bienvenida. Que las actividades son limitadas producto de las consecuencias de la vejez: algunos no oyen, otros no ven, otros caminan con dificultad, y también están aquellos que tienen sus facultades mentales deterioradas. Por lo mismo me contó que muchas mujeres piden agujas para tejer pero que su motricidad fina las lleva a frustrarse al no poder completar la tarea.


Mientras M hablaba, me sentí otra vez en modo esponja, escuché sus palabras con atención absorbiendo y reteniendo toda la información posible. Yo le conté de mí, sobre mi reciente llegada al pueblo, de mi amor por mi abuela Anita y de mi gran respeto por la gente mayor. También le confesé que mi deseo era que de alguna forma se pudiera integrar a esta enorme porción de la población al mundo, dejar de verlos como exiliados de la vida y mezclarnos entre todos los miembros de la comunidad. Nos entendimos bien.


"Bueno, ¿cómo seguimos entonces?, me adelanté". Y él, astuto, me propuso empezar por la lectura. Le dije que era una buena elección dada mi devoción por los libros y me indicó que eligiera libremente pero con la condición de que no fueran más de tres hojas por una cuestión de la capacidad de atención de los abuelos. Fue una conversación sincera en la que nadie prometió mas de la cuenta, y el único pedido que me hizo fue que mantuviéramos siempre el mismo horario "porque al igual que los chicos, ellos también necesitan tener una rutina". Intercambiamos teléfonos y al cruzar la puerta sentí ese subidón de energía que llega cuando algo se siente bien, correcto.


Al volver a casa chequeé mis horarios y el día que calzaba perfecto era los martes por la tarde, mi reunión con M había sido un lunes y no creí que fuera complicado encontrar algunos cuentos de tres hojas para leer durante una hora así que acordamos que empezaría al día siguiente.


El martes temprano por la mañana me dispuse a buscar cuentos cortos porque parte de mi tarde estaría ocupada con otro compromiso. En mi mudanza a San Martín de los Andes tuve que dejar mi biblioteca en Buenos Aires y la pequeña porción que logré construir, sólo tenía el libro de cuentos "Catedral" de Raymond Carver pero ninguno de menos de cinco o seis páginas. Busqué en internet y pasaba lo mismo, o eran muy largos o no me convencían. Cerca del mediodía, entre trabajo y otras cosas de mi vida cotidiana, al fin pude hacer una linda selección de relatos de Eduardo Galeano y aunque conocía la mayoría de ellos, me sentí obligada a releerlos por si se filtraba algo "indebido", no quería tocar temas como la muerte, las enfermedades ni tampoco meterme con cuestiones sensibles como la política o acaloradas como el sexo. Calculé que no tardaría más de media hora en compilar algunos cuentos pero la ansiedad se hizo presente a medida que pasaban los minutos y mi repertorio de cuentos no superaba los quince minutos de lectura.


Me serví el almuerzo para enfriar la cabeza y apenas me senté a comer, sonó el timbre de casa. Me traían un paquete que si bien sabía que debía llegar por estos días, nunca imaginé que llegaría en el momento justo en que lo necesitaba. "Los libros" pensé. Había olvidado lo que encargué porque suelo pedir libros seguido y nunca de a uno. "Por favor que haya uno de cuentos".


Corté la cinta de la caja y la abrí con impaciencia. Fragmentos biográficos de Jonas Mekas y dos libros de cuentos, uno de John Fante y otro de Pedro Mairal. Hojeé estos últimos rápidamente y descarté a Fante por la longitud que noté a simple vista pero también dudé con el segundo porque leí casi todo de Mairal y a veces es muy subido de tono. Por un momento me imaginé en una ronda frente a cinco o seis adultos mayores leyendo alguna aventura sexual con detalles explícitos de los personajes de Mairal. Por fortuna, no sólo eran todos cuentos de entre dos y tres hojas sino que los primeros que alcancé a leer no contenían ninguna escena de sexo. Leí entre líneas los primeros cuatro o cinco y seleccioné los que podrían ir. Listo, tengo mis cuentos y los relatos de Galeano, algo va a salir.


Llegué tranquila a la Residencia, en contra de mi costado altamente controlador que suele estar presente, en estos momentos fluyo, confío en que el Universo provee. Una vez adentro, me ofrecieron un espacio en el segundo piso donde me esperaban cuatro mujeres muy deseosas de escucharme leer. Me presenté, les conté mi deseo de compartir y pasé a explicar mi repertorio cuentístico: Galeano, periodista y escritor uruguayo, un profundo observador del mundo. Algunas lo conocían y habían leído algo suyo. Y decir las antípodas sería un exceso (porque Mairal es, a mi juicio, otro gran observador del mundo pero en versión bastante más rioplatense... de este lado del río) asi es que les conté quién es Pedro Mairal porque el 100% de mi audiencia no lo había escuchado nombrar. "Tiene un estilo que personalmente.me encanta pero además es un escritor que me hace reir mucho con las cosas que cuenta" fue la presentación que hice de él. Eligieron a Galeano para arrancar y al terminar el último relato del compilado que había hecho, me di cuenta que los pocos cuentos que había elegido de Mairal no me iban a alcanzar para completar la hora de lectura. "Que fluya" pensé.


Leí los primeros dos cuentos, sonreían, se reían, alguna evocaba algún recuerdo y lo traía a la mesa en la que estábamos agrupadas. Cuando terminé el último de los que había alcanzado a leer aun faltaban quince minutos para terminar mi hora de lectura. Necesitaba dos cuentos pero pensar que iba a ir a ciegas, sin mi previa supervisión me dio miedo. Asi que tambien lancé mi verdad a la mesa y les expliqué que algunos cuentos de Mairal podían no ser aptos para todo público. Una de ellas me dijo que no me preocupara, que a esta altura de la vida ya habían escuchado y visto todo. Me hizo total sentido, entonces pasé rápido los títulos y durante esos quince minutos leí en voz alta a ciegas, descubriendo por primera vez junto al grupo de señoras dos cuentos de Pedro Mairal. Afortunadamente uno hablaba sobre perros y el otro de un corte de pelo.


Al completar la hora, las cuatro abuelas me abrazaron y me despidieron con un beso cada una y volví a atravesar la puerta de salida con la misma energía del día anterior. Llegué a casa y recordé toda la secuencia de la mañana hasta que tocaron el timbre al mediodía, la perfecta sincronía (de Dios? Universo?) en la que llegó ese pedido de la librería. Un "me salvaste, Pedro" cruzó mi mente, entonces me senté a escribir y este cuento es para vos.





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