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Foto del escritorFiorella Levin

Detrás de la violencia

Esta semana se conoció un hecho de violencia que involucra al conductor de un auto y el chofer de un colectivo. Para ser lo más objetiva posible, busqué la noticia en varios medios que anunciaban el hecho tomando diferentes posiciones: como esta que habla de un conductor de un auto que pegó con un bate de béisbol a un colectivo y que también replicaron otros medios. También leí la postura de "un colectivo que arrastró a un auto en plena avenida", nuevamente repetida en este medio, y uno solo que habló de "una pelea entre dos". Salta a la vista lo obvio: si bien el hecho es el mismo, se puede contar de diversas formas. En esta sociedad que vivimos, dicotómica y plagada de grietas, relatar desde una postura solo fomenta más de lo mismo.


La historia me dejó pensando, no tanto por la noticia en sí misma -ya que tristemente, es solo una más de todos los días- sino porque me resulta el reflejo claro de lo que está pasando en nuestra sociedad. Sin entrar en el detalle de lo que ocurrió en este caso, la escalada de la violencia es evidente y, sea a causa de una mala maniobra o de una provocación, puede evitarse si cada conductor elige no entrar en el enojo que le genera el accionar del otro. Creemos que la persona que maneja nos hace las cosas a propósito, cuando quizás eso es solamente lo que ocurre una vez que, arrastrados por nuestra propia cabeza, nos enganchamos en la situación y no desde un primer momento.


Me recuerda a cuando manejo en la ruta y, peligrosamente se me pega detrás un auto que no deja de hacerme luces a toda velocidad para que me corra. Dentro del cubículo de mi auto primero lo maldigo y dentro mío lo odio. A veces estoy en calma y no pienso nada pero en cualquier caso elijo no reaccionar frente a él, me corro, lo dejo pasar, incluso sabiendo que con su accionar imprudente me expone a un accidente. Salir un poco de nuestro mundo propio y de lo que el otro "me hace" y ponernos en su lugar a veces sirve. En ocasiones me ayuda pensar que la persona que viene corriendo con su auto detrás mío, tiene que llegar al hospital a ver a alguien o tuvo un problema importante y realmente está apurado. Aunque no sea real, aunque nada de eso exista y solo sea un completo imbécil, logro mi objetivo: no me engancho, conservo mi paz mental y evito un conflicto.


Pienso cuántas de estas peleas pueden evitarse si en vez de permitir la escalada, dejamos pasar, literal y metafóricamente hablando. Eso es gestionar las emociones de modo eficiente. Porque no importa quién tiene razón, lo importante es cómo vamos a reaccionar frente a eso porque eso determina cómo nos sentiremos después y qué vamos a generar. Cuántas veces nos quedamos de pésimo humor por cuestiones insignificantes como una discusión en la vía pública. Pero la realidad es que eso que sale fuera es solamente la punta de un iceberg que nos congela por dentro, estamos mal por el motivo que sea, arrastrando otro enojo o una disconformidad de la que, en ocasiones, ni somos conscientes por falta de herramientas para elaborarlas, y en lugar de elaborar aquello, lo sacamos por la tangente.


El último punto es aquél que está siempre presente en los conflictos humanos, aunque parezca mudo, y es a mi criterio el más difícil de dominar: el maldito ego. Creemos que tenemos razón, como si eso importara, y como la razón es mía y solamente mía, tu accionar es errado y por eso vos tenés que compensarme a mí. Las cosas no suceden en nuestra contra, el otro no busca dañarnos, no somos tan importantes! El otro vive su vida y le importa muy poco la nuestra, en términos de que vive en su propio mundo interno. Pensar esto es un problema enorme de ego que tenemos que aprender a manejar. Y creo que corresponde la palabra "tenemos" en cuanto deber, porque en la medida que no lo hagamos, lo que viene son cada vez más escaladas de violencia por estupideces, más separación en la sociedad, más posturas terminantes y seres humanos más enojados con la vida. La punta del hilo está siempre a la vista invitándonos a tomarla pero es un acto de valentía animarse a empezar a tirar de él.



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